El Third de Portishead: disonancia y oscuridad

Por: Yoalli Rodríguez Aguilera

¿Alguna vez esperaste algo por años que parecía infinito? Todo terminó. Vas a una tienda de discos. Caminas por los pasillos en busca del objeto deseable. Lo ves a lo lejos y te diriges hacia él. Lo compras. Lo llevas a tu casa. Te encierras en tu cuarto. Abres la caja. Prendes el estéreo. Pones play.
Hace dieciocho años surgió una banda llamada Portishead originaria de Bristol, Inglaterra. Barrow, integrante de Portishead, anteriormente había trabajado con otras bandas del género trip-hop (mezcla de soul, hip-hop, blues y pop) como Massive Attack y Tricky. Tenía ganas de crear una nueva propuesta musical. Contactó a Beth Gibbons y, posteriormente, al guitarrista Adrian Utley. El trío estaba listo. En 1994 salió a la luz el primer disco de esta banda: Dummy y, en 1997, el segundo disco homónimo: Portishead. Nadie imaginó el éxito que tendrían. Los críticos musicales quedaron fascinados. A diferencia de otras bandas de trip-hop, Portishead, aumentó en su música, sonidos del jazz y sintetizadores que fueron la pimienta que hacía falta. Ahora, once años después, sacan su tercer disco que hace alusión al orden de aparición: Third.
Mucha gente tenía expectativas y miedos. No se creía que pudieran superar a sus dos anteriores. Este, sin duda, es un disco que puedes amar u odiar. A diferencia de los otros dos discos, Third, provoca a sus seguidores al innovar su sonido. No busca repetir un estilo. No busca seguir una corriente. No busca continuar. Busca evolucionar, cambiar, fluir con el mundo. Es un disco que suena a Portishead, y, sin embargo, no repite fórmulas. Este álbum marca una ruptura de alguna forma. Ya no se puede llamar trip-hop totalmente. El trip-hop, para muchos, ha muerto. Algunos críticos incluso intentaron ponerle la etiqueta de “post-trip-hop”. Tengo mis dudas. Hay que conformarse con saber que es un disco minimalista, con altos tonos electrónicos y el downtempo. Es un disco diverso, que va desde un sonido folk hasta un sonido que guiña hacia el industrial. En esta ocasión los scratches y los samples han desaparecido. Machine Gun, es un single con alta disonancia, oscuro y hasta cierto punto agresivo. The Rip, mi canción favorita de este disco, incluye un inesperado sintetizador en aumento hasta explotar con la sublime voz de Gibbons.
Magic Doors, de las últimas canciones del álbum, tiene cierta tintura al Portishead antiguo. En fin. Es un disco que vale la pena escuchar no una, sino varias veces. Estos 10 años valieron la pena. Portishead nos da una lección sobre la crisis del individuo contemporáneo: cómo integrarse a la modernidad sin perder su propia identidad.



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